La Pumamanía provocada por la actuación en el Mundial 99 gozaba de su mejor momento hace exactamente tres veranos atrás. Y hubo un episodio que sirvió para darle aún más impulso: el Mundial de seven en la populosa Mar del Plata. Aquel torneo realizado cuando concluía enero de 2001 significó una riesgosa apuesta de la Unión Argentina de Rugby, que había contado con el visto bueno del International Rugby Board, que, a su vez, ponía sus fichas en el juego de siete como una vidriera para acaparar todavía más a la poderosa televisión.

La organización quedó envuelta en críticas al gasto que realizó la UAR (nunca se supo efectivamente cuánto dinero se perdió en una época en la que ya se visualizaba el caos económico en el cual cayó meses después la Argentina), pero resultó un éxito en otros aspectos. Más allá de las miles de entradas regaladas, el estadio Mundialista de Mar del Plata se llenó durante tres días y Los Pumas arribaron hasta las semifinales, quedando entre los cuatro mejores del mundo, para darle así una continuidad al quinto lugar del Mundial de quince de Gales.

Es que para ese torneo, la UAR tentó a las figuras que actuaban en el exterior. Y hasta Mar del Plata llegaron, entre otros, Pichot, Contepomi, Albanese y Corleto, que se sumaron a los especialistas locales como Phelan, Gaitán y el experimentado Pedro Baraldi. Fue, desde lo deportivo y desde la difusión, un gran éxito para el rugby argentino.

Hoy la situación es muy distinta a la de aquel verano de 2001. Y en todo sentido. El rugby argentino se encuentra frente a una etapa en la que tiene que tomar varias decisiones importantes y arriesgadas para ver cómo encara su futuro dentro de un deporte que provocó un antes y un después tras el Mundial de Australia 2003.

Un ejemplo fue el seven internacional que acaba de disputarse en Mar del Plata, en el mismo escenario de aquel Mundial de 2001. Si bien ni siquiera formaba parte del circuito Mundial (ese donde Los Pumas lograron el sábado la Copa de Bronce en Wellington), el torneo fue un fracaso en cuanto a la asistencia del público y el nivel de juego.

Convendría preguntarse entonces, entre tantas otras cosas, si en estos casos no habría que pensar un poco más si, en este momento, no conviene en algunos aspectos apostar más adentro que afuera. Sin dudas, Los Pumas hubiesen tenido otras chances y el público otro gancho si a Mar del Plata iba el equipo que participa del circuito Mundial. O, en todo caso, algunos de los jugadores que son familiares para la gente que no es del ambiente del rugby.

Este cita internacional de Mar del Plata, al fin, no hizo más que ratificar que el rugby argentino, desde su dirigencia, se está tomando unas vacaciones demasiado largas.