Ya se completó la primera fecha de los cuatro grupos de este Mundial y pasó lo que se preveía: no hubo lugar para las sorpresas y los más poderosos aplastaron sin piedad a los más débiles. Nueva Zelandia apabulló a Italia, los Springboks hicieron lo mismo con los uruguayos e Inglaterra lo pasó por encima a Georgia, que al menos tuvo la satisfacción de haber estado por un par de minutos arriba en el marcador (3-0). Y hasta Francia sacó a relucir su chapa de mundialista despachando por una goleada mayor a lo esperado a Fiji.

Los nuevos modelos de camiseta que lucen las potencias, con la tela adherida a los cuerpos, dan la primera señal. Los jugadores de rugby de hoy parecen atletas preparados para correr los 100 metros. Un forward es como un back, y viceversa. Y su velocidad y poder físico nada tienen que ver con los países de tercer orden.

La diferencia de nivel se agigantó. Este supernegocio que montó el International Rugby Board (IRB) camina hacia un final idéntico al de todos los anteriores Mundiales. Quizá alguno pueda meterse en los cuartos de final, como Los Pumas en el 99, pero los finalistas serán dos de los seis grandes del Hemisferio Sur y Norte.

En cuanto al juego, el estudio del rival llegó a su punto máximo. Se puede adivinar qué hará cada equipo en cada jugada. Sobra la mecánica y pocos escapan al libreto para inventar algo. Quizá los franceses cuando recurren a la historia de su rugby champagne. Quizá los All Blacks cuando con todo definido hacen tries de toda la cancha y con la pelota pasando por varias manos.

En este mundo que ofrece hoy el rugby, la Argentina está ante un gran dilema. Si no pasa la primera rueda es probable que en un futuro no muy lejano deje de tener competencia internacional de primer orden. Y si se clasifica para los cuartos de final, deberá replantearse aún más su estructura, porque con lo que tiene no alcanzará. Bastante se hizo.

Por eso éste no es un Mundial más para el rugby argentino. Es lamentable que así sea. Porque el rugby de hoy se juega mucho más afuera de la cancha. Y allí, donde se decide, el corazón y el espíritu pueden dar pelea hasta un cierto límite.