Capitán
Hoy cumple años el capitán. Héctor Silva fue un jugador talentoso, valiente y dueño de una personalidad arrolladora que siendo muy joven lo llevó a la capitanía de Los Pumas. En 1967 recibió ese mandato sagrado de un ilustre antecesor, Aitor Otaño, y lo honra hasta el día de hoy, porque Pochola sigue siendo el capitán del rugby argentino.
Su carrera estuvo llena de éxitos deportivos, sin embargo en su mejor momento fue injustamente separado del seleccionado por seis años en uno de los conflictos mas polémicos y recordados de las historia de Los Pumas. El mismo Pochola lo cuenta en el video y en el relato El potro está en las gateras encontrarán la historia de su esforzado y glorioso retorno de 1978.
Nuestro homenaje a una de las grandes leyendas del rugby.

Pochola Silva le habla a los pibes nuevos el día de su primer partido de práctica en el retorno de 1978. Archivo Leyendas del rugby
El potro está en las gateras
A los dieciocho años, Ricardo Landajo todavía cultivaba una rutina que miles de argentinos repetían desde hacía muchas décadas. Cada lunes al atardecer caminaba apurado hasta el kiosco de diarios y compraba El Gráfico para terminar de enterarse de lo que había sucedido el fin de semana pasado. El Enano era un amante de los deportes y desde su debut en primera soñaba con una foto en la página de Free Lance. A veces la ansiedad lo superaba y llegaba al kiosco antes que el camión de reparto. Se quedaba parado a un costado esperando el arribo del furgón, y cuando el repartidor tiraba su preciada carga espiaba la tapa antes de que el canillita deshiciera el paquete de revistas. Con el ejemplar en la mano regresaba caminando lento, mientras apuraba una primera hojeada buscando el artículo de rugby. Pero aquel lunes de 1971, el joven Landajo se encontró con rugby antes de llegar a la crónica de Free Lance. En la página 28, la publicidad del viejo ungüento para masajes Bálsamo Sloan estaba coronada por la foto de Pochola Silva y una frase del capitán de Los Pumas recomendando el producto. Al Enano le encantó. Pochola era su ídolo desde chico y justamente había sido su rival en el debut en primera. Esa tarde, en la cancha de Los Tilos, al medio scrum de Pueyrredón lo había conmovido más enfrentar al hombre de la vincha que la emoción de su estreno como jugador de la primera del club. Por eso cuando terminó el partido buscó a Pochola para saludarlo, y el gran capitán lo sorprendió con un “Jugás bien, pibe”.
En la calidez de su cuarto, Landajo devoró El Gráfico hasta que un grito lo convocó a la cena. Eran tiempos en que el televisor blanco y negro acompañaba la comida familiar y en la sobremesa de los lunes el Sr. Steed y Emma Peel, la entrañable pareja de “Los Vengadores”, eran invitados de honor. Esa noche, en la tanda que interrumpía la serie inglesa, Héctor Silva apareció en pantalla. En la versión televisiva del comercial de Bálsamo Sloan se veía al capitán de Los Pumas mientras una voz en off le decía:“¡Vamos, Pochola, mandate!”.
Como otras noches, Ricardo Landajo se durmió con el “Jugás bien, pibe”, pero esa vez soñó que compartía el equipo con el capitán y en una jugada le gritaba: “¡Vamos, Pochola, mandate!”.
Al día siguiente, el ejemplar de El Gráfico circuló por muchas habitaciones de la casona de Pacheco de Melo que albergaba a la Unión Argentina de Rugby. Nadie reparó en la exquisita crónica del CASI-Olivos escrita por el inolvidable Hugo Mackern (Free Lance), pero todos los dirigentes que poblaban la UAR tenían un comentario para la foto de la página 28. El ancestral grito de guerra no se demoró: “¡Profesional!”. Aunque había pedido permiso en la Unión para prestarse a la publicidad:“¡Profesional!”. Aunque era el símbolo del rugby argentino:“¡Profesional!”. Aunque la plata recibida por su participación en la publicidad se había destinado a la construcción de la pileta de LosTilos:“¡Profesional! ¡Profesional!”.
Nunca lo suspendieron, pero Héctor Silva dejó de aparecer en las convocatorias para integrar el seleccionado. El mejor jugador del momento, el símbolo de Los Pumas, que contaba con veintiséis años y estaba en la plenitud de su rugb, jugó contra Uruguay en el Sudamericano de 1971 y no volvió a ser citado por varios años. Cuando Ricardo Landajo fue convocado a Los Pumas en 1975, el gran capitán ya no estaba. Parecía que el pibe de Pueyrredón no iba a cumplir su sueño de jugar con Pochola.
La mezcla de amargura y bronca que tenía Silva por la separación de Los Pumas lo apartó del rugby. Durante seis años se dedicó a su profesión de veterinario, cambiando la ovalada por los caballos. Mientras el seleccionado viajaba por el mundo jugando partidos inolvidables contra Francia, Gales y Escocia, Pochola, el hombre que había convertido a su vincha en una bandera de la garra Puma, vivía una suerte de ostracismo dedicado al cuidado sanitario de caballos pura sangre.
Pero él era un pura sangre del rugby y la realidad es que en sus venas seguía ardiendo la pasión por el juego. Ángel Guastella, el hombre que lo había llevado al seleccionado, lo sabía.
Como siempre pasa, un día soplaron los vientos del cambio.
En 1978 los hombres del 65 retomaron el control de Los Pumas con un capitán de lujo, Hugo Porta, el brillante apertura que había debutado en 1971 de la mano de Pochola.
Y entre Porta, Guastella, Otaño y García Yáñez tramaron el plan.
Luis García Yáñez se fue a La Plata para conversarlo cara a cara con Pochola. El Pato tenía alguna cuenta pendiente con su amigo desde 1971, por eso lo eligieron a él para aflojarlo. Sabían que a Pochola le iba a costar más decirle que no al Pato. Más que a ninguno.Ya se habían mirado fijo a los ojos en Sudáfrica el día en que Silva lo sacó a García Yáñez del equipo titular. Ahora se iban a mirar de nuevo y para Pochola iba a ser muy difícil decirle que no al Pato, que era lo mismo que decirle que no a Los Pumas, a la historia, a su propia leyenda.
Silva llevaba casi seis años sin jugar, sin entrenar, lejos de la ovalada. Pero en su interior ardía el fuego sagrado y —como corresponde a un Puma de raza— no le sacó el cuerpo al compromiso.
“El potro está en las gateras”. Por teléfono, García Yáñez habló con el entrenador. Seis palabras, una frase corta, la que necesitaba Guastella para saber que el gran capitán lo iba a intentar.
Arrancó en marzo de 1978. Tenía treinta y dos años, el cuerpo golpeado y los sueños intactos. Entrenó duro. Pasó momentos difíciles en los que creyó que no podía. Cada día corría por el bosque de La Plata y cuando volvía a casa subía y bajaba escaleras cargando a su hijo Rafael al hombro. Sus amigos lo acompañaron pero el que puso el cuerpo fue él.
Y un día volvió.
El 14 de octubre de 1978, con la celeste y blanca pegada a la piel, Héctor “Pochola” Silva se paró en el pasillo que lleva al césped de Twickenham, justo detrás del medio scrum del equipo, y le dijo:“A ver, pibe, si seguís jugando tan bien como antes. Ricardo Landajo salió en llamas a jugar el partido contra Inglaterra, pero no se animó a gritarle “¡Vamos, Pochola, mandate!”. Respetaba mucho a su ídolo.
Daniel Dionisi
del Libro Leyendas del rugby (Segunda edición, 2020)
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Pochola eterno
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