La ruta de Tomás Petersen
En estos días el rugby, sus valores y su carácter formativo son cuestionados por la sociedad argentina. En los momentos de ebullición es bueno recurrir a la sabiduría de los maestros. Tomás Petersen, en su capítulo de Leyendas del rugby, tuvo la capacidad de sintetizar su historia en menos de veinte palabras y nos marcó una ruta a seguir, “El rugby me ayudó a sentirme alguien, y a la vez me dio una pauta para no sentirme demasiado“.
La frase de Tommy explica muchas cosas, pero sobre todo, expresa el carácter formativo del rugby. Desde que un chico toma contacto con el juego empieza a construir una identidad de rugbier que seguramente, cuando crezca, influirá en su identidad de hombre. No será mejor ni peor que los demás, pero será alguien. Alguien que juega o jugó al rugby y se formó en este deporte.
La carga genética de esa identidad incluye algunos valores. Templanza frente a la adversidad, aptitud para dejar el individualismo de lado y entender que la vida se juega en equipo, capacidad de liderazgo en algunos casos y respeto por el liderazgo en otros. Toda esa carga virtuosa ayudó a “sentirse alguien” a miles de personas que abrazaron este deporte. Ellos recibieron el empujón para alimentar una sana autoestima. Luis Bavio, leyenda del CASI, decía que él de chico era tímido y apocado y que gracias al rugby pudo modelar su carácter, la personalidad que lo terminó convirtiendo en uno de los grandes jugadores de la década del cincuenta.
Petersen y Bavio se formaron, asimilaron los valores, se “sintieron alguien“. Pero claro, también asimilaron el equilibrio, “la pauta para no sentirse demasiado”. Tomás Petersen fue un gran puma y es el hombre íntegro de hoy porque además de mejorar su autoestima, el rugby lo alejó de la soberbia. Luis Bavio, además de jugador fue un gran entrenador que pudo transmitir lo aprendido y ayudar en la formación de otros, porque entendió que una de las virtudes mas preciadas es la humildad.
El carácter formativo y los valores del rugby existen, ayudan, son una realidad, pero los receptores de esos valores son personas tan valiosas e imperfectas como las que jamás tocaron una pelota ovalada. Petersen y Bavio son apenas dos ejemplos de tantos, pero son una prueba empírica de la existencia de esos valores. Ambos recorrieron la ruta completa. Viajaron por el sentirse alguien y arribaron al no sentirse demasiado. Otros muchos también hicieron ese viaje de punta a punta. Pero algunos, no. Se quedaron a mitad de camino.
Uniones, clubes, dirigentes, entrenadores, jugadores, periodistas, público en general (de aquí en mas el rugby) viven días de mucha efervescencia. El asesinato de Fernando Báez Sosa, perpetrado por un grupo de bandidos que juegan en el Club Arsenal Zárate lo puso en el foco de atención de toda la sociedad. Claramente los asesinos, en su infinita confusión, forman parte de los que se quedaron a mitad de camino. Creyeron que el sentirse alguien los habilitaba para cometer cualquier barbaridad. El resultado de esa confusión fue la muerte.
El rugby y sus valores están siendo mirados, cuestionados y atacados por la sociedad argentina. Frente a eso el rugby puede adoptar, y de hecho lo está haciendo, distintas posturas. Puede victimizarse, enojarse y negar toda responsabilidad, como ha sucedido en algunos casos. O puede aprovechar la oportunidad para mirar hacia su interior y revisar ciertos usos y hábitos que merecen ser revisados. La primera es la actitud soberbia de aquellos que creen que el rugby es un deporte supremo, una suerte de reserva moral sin fisuras y que el hecho de practicar o haber practicado este deporte los eleva a una dimensión superior. La soberbia es hermana de la ignorancia y sin llegar a la barbarie de los asesinos de Fernando, estos también se quedan a mitad de camino en la ruta de Petersen.
Los otros, en cambio, los que entienden que los valores y el carácter formativo son indudables pero son llevados a la vida por seres imperfectos, intentan acercarse a la humildad que pregona el rugby y dar un mensaje superador. Las palabras de Marcos Julianes publicadas en este espacio son un ejemplo de ello.
El rugby puede y debe dar respuestas a la resonancia de esta tragedia. Algunas son bien prácticas y palpables. La UAR, en su tibio comunicado, se comprometió a generar, junto a las 25 uniones, un programa de concientización contra la violencia entre jóvenes. Ojalá que cuando se acalle el ruido mediático de estos días, la Unión siga con el trabajo necesario para concretar ese programa. Sin embargo, en el comunicado no se alude a uno de los flagelos directamente relacionados con la tragedia de Villa Gesell; el consumo de alcohol (y drogas) en los jóvenes. El rugby es un espacio de consumo entre los jóvenes. Y lo que es peor, ese consumo es estimulado. Tal vez sea mas engorroso para la Unión encarar un combate directo contra ese flagelo por los intereses económicos existentes, pero es imprescindible que lo haga.
Otras respuestas que puede dar el rugby son mas “filosóficas” y se relacionan con erradicar esa actitud altanera de algunos núcleos cerrados que siguen creyendo que jugar al rugby los convierte en iluminados y se suben a dar cátedra desde el púlpito de la soberbia.
No se cuestionan ni el carácter formativo ni los valores y está claro que a Fernando no lo mató el rugby sino una banda de diez forajidos, pero tal vez la tragedia de Villa Gesell sea la pauta que, en este punto de la historia, necesitaba el rugby para no sentirse demasiado.
Daniel Dionisi
Boks
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