Adolescencia
Hoy se cumplen 43 años de un partido inolvidable. Gales 20 – Los Pumas 19. Cardiff, Arms Park, 16 de octubre de 1976.
De todas las derrotas dignas esa es la mas brillante de todas. Porque el rival era el mejor equipo del mundo y jugaba con todas sus estrellas, por el marco imponente del Arms Park repleto y también porque Los Pumas lo afrontaron con coraje y virtuosismo. No fue una de las clásicas hazañas de garra y corazón. No. Ese día Los Pumas sorprendieron al mundo del rugby haciendo volar la pelota. Conducidos por dos luminosos como Hugo Porta y Martín Sansot generaron varias jugadas de alto vuelo entre las que sobresalen, por supuesto, los dos tries: el de Jorge Gauweloose y el de Gonzalo Beccar Varela.
Para los que pasamos los cincuenta ese partido es un hito. Por lo explicado y también porque fue la primera vez que se transmitió un test de Los Pumas en directo desde el exterior. Directo Vía satélite, se decía en aquel entonces. Todos nos acordamos dónde estábamos aquella mañana de octubre del 76. Personalmente, vi ese partido junto a mi gran amigo de la adolescencia, que se me fue muy pronto. Hace un tiempo escribí, a partir de mis recuerdos personales, un texto sobre aquel partido, que hoy comparto con ustedes. Seguramente muchos revivirán aquella mañana de la media luna de Yoyo Gauweloose y las patillas de JPR Williams.
Una mañana en blanco y negro pero llena de colores.
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Adolescencia
Dedicado a la memoria de Alejandro Falcón
¡Cómo no me voy a acordar si lo vi con mi amigo!
¡Cómo lo quería al Gordo Falcón! Un tipo bárbaro. Mi gran amigo de la adolescencia.
Ese sábado vino a mi casa y vimos juntos el partido en el Teletron blanco y negro que estaba en el comedor diario. Fue una mañana de octubre. Inolvidable.
Me acuerdo de todo. De mi vieja preparando el pan con manteca. Del Gordo comiendo mientras miraba el partido. De los olores. De los nervios.
Y claro, ¡de las patillas de JPR Williams!
“Yipier”Williams, le decía Nicanor relatando desde Cardiff, y nosotros, el Gordo y yo, nos asustábamos con cada arranque del fullback de Gales. Hasta ese día no sabíamos quién era. Ni lo habíamos sentido nombrar. Sin embargo, enseguida supimos que era una estrella y nos maravillaba verlo en directo.
Poco tiempo antes lo habíamos visto al Loco Gatti atajando en la nieve de Kiev. Ya era habitual que el fútbol se transmitiera por tele desde todo el mundo. Pero el rugby no. Era la primera vez que daban a Los Pumas en directo vía satélite.
Me acuerdo de las sensaciones del momento. De pensar que Porta estaba loco cuando la jugó desde el ingoal y llegó hasta más allá de mitad de cancha. Muchos años después, Hugo me contó que en esa jugada se agrandó, lo miró a Tito Fernández y le dijo:“Vamos a jugar la pelota que estos son unos forros”.
“Estos” eran el seleccionado de Gales de los años dorados. El mejor equipo del mundo. Gareth Edwards, Phil Bennett, Gerald Davies y ese patilludo de Williams que nos volvía locos. Después de ese partido todos queríamos ser como él. Para Porta, esa tarde, eran unos forros. Y tenía razón. Los mejores del mundo, por esos 80 minutos, no fueron los Dragones Rojos, aunque jugaran en el inexpugnable Arms Park. Los mejores fueron Los Pumas. Para Porta, para mí y para mi amigo el Gordo Falcón, era así.
Gran primer tiempo de Los Pumas jugando la pelota desde todos lados.
En el segundo ya nos respetaban, pero se vinieron encima y nos metieron dos tries por el ciego.
Enseguida reaccionamos y el Gordo se emocionó. “¡Tomá Yipier! ¡Cómo te la comiste!”, le gritó a la pantalla cuando Yoyo Gauweloose apoyó ese try inolvidable después de hacerle una media luna al patilludo. Ahora el ídolo eraYoyo.
Después vino el try de Gonzalo Beccar Varela, el tackle alto de Chiquito Travaglini, y el final con ese penal de Bennett que entró con lo justo. Los Pumas 19-Gales 20.
Muchos años después pude hablar con varios de los protagonistas de ese partido y me contaron anécdotas entrañables, una de las cuales me llamó particularmente la atención. Me la relató Tito Fernández. Resulta que estaban en el vestuario un rato después del final, con toda la bronca del partido perdido por un punto, con la desazón de haber quedado a solo un pasito de una hazaña para la historia. Solo se escuchaban gritos de bronca por la oportunidad perdida, cuando aparece Martín Sansot, la figura de Los Pumas ese día, con una ovalada en la mano y dice, como si nada hubiera pasado: “Miren muchachos, me quedé con la pelota”.
Siempre se destacaban los nervios de acero de Sansot para resolver situaciones complicadas en cualquier cancha del mundo, pero en ese momento varios se lo quisieron comer. En medio de la bronca, lo único que parecía importarle al genial fullback era guardar la pelota de ese día.
Cuando Tito Fernández me contó la historia ya habían pasado más de treinta años del partido, pero igual se me ocurrió preguntarle a Martín si todavía guardaba ese tesoro. Con la misma parsimonia de aquel entonces me respondió: “Me parece que está en el campo de mi familia.Voy a averiguar”.
Un mes después se apareció por mi casa con un pedazo de cuero gastado que parecía ser una pelota de rugby.“Mirá, Daniel. La encontré. Hace años que estaba en el campo. Parece que la usaban los peones para jugar al fútbol”.
Se la pedí prestada por unos días para usarla en un capítulo de Leyendas y por supuesto accedió. Nos quedamos charlando un rato largo y luego bajé a despedirlo. Cuando volví, entré apurado al comedor que ya estaba en penumbras y me tropecé con el regalito que había traído Martín. Prendí la luz, y cuando lo vi ya no era aquella cosa gastada. No. Se había convertido en una brillante pelota de cuero marrón. Parecida a las Pintier de mi adolescencia pero de otra marca. La levanté con cuidado, con el respeto y la veneración que merecen los objetos sagrados, y en ese instante me pareció escuchar un murmullo creciente de multitud, como si fuera un estadio lleno, cantando canciones que no conocía. En el medio de ese sonido se mezclaba la voz de Nicanor gritando algo incomprensible. Cerré los ojos y volví a ver las cosas en blanco y negro. Jugadores corriendo por todos lados y yo en el medio. Hasta vi pasar como un rayo las patillas de Yipier. Apreté la pelota contra mi pecho y se me ocurrió pasarla. Me acomodé, giré y le grité “¡Tomá amigo, es tuya!”.
Pero el Gordo Falcón no estaba para recibirla. Se había ido hacía muchos años.
Daniel Dionisi
SANZAAR 2026-2030
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