Zoilo
Le quedaron algunos asuntos pendientes: un libro con sus memorables fotografías; una exposición en la Plaza San Martín, a propósito del Bicentenerio, con los retratos de Les Luthiers a lo largo de tres décadas y captar las imagenes que sólo él podía si Huracán se consagraba campeón el fin de semana que viene. Ocurre que siempre andaba con decenas de ideas y propuestas en el pesado bolso donde cargaba a su fiel cámara. Pero por eso mismo, fue mucho más lo que dejó en vida. Una obra periodísitica-fotográfica extraordinaria y, lo mejor, un sinfín de amigos y admiradores. Y ahí no hay cuestiones pendientes.
Gerardo Horovitz era El Zoilo. Imprescindible en cualquier lugar donde se jugara algo importante en el deporte y también imprescindible para sus amigos y discípulos. Inmovador nato. Nunca una mera carita para ilustrar una nota iba a ser una foto así nomás. El Zoilo producía hasta las caritas… Y era capaz de hacer las mil y una cabriolas para reflejar la nota o al personaje de la mejor manera.
Siempre con una sonrisa y una idea. Bondadoso, cronista de la realidad cultural, tanto en el deporte como con Les Luthiers, a quienes retrató durante tres décadas como su fotógrafo personal. Hay en los archivos centenares de fotografías sensacionales de El Zoilo. Algunas pueden verse en este recuerdo que hoy escribió otro de sus grandes amigos, Daniel Arcucci, en el diario La Nación, donde trabajaba actualmente El Zoilo.
Trabajó también en El Gráfico y en Clarín. En todos lados hizo amigos y admiradores. En Tea y Deportea era uno más de nosotros, y podemos decir con orgullo, además de la gran amistad, que él fue quien durante días se la pasó dando vueltas por la escuela para crear decenas de instantáneas que ahora están volcadas en la página web. Retrató a los Maestros con Cariño, hasta que, merecidamente, él recibió su manzanita.
Vivía en una casa llena de vida en Bella Vista, rodeado de árboles, y con su estudio al fondo de un patio maravilloso, donde todos los días inventaba algo nuevo. Ahí se le ocurrió mezclar a la fotografía con su otra pasión, los aviones. Se había comprado una avioneta y desde el aire retrataba todo lo que estaba abajo, mechando su intución con la tecnología.
Estuvimos ahí hace unos tres meses, cuando le abrió la casa al Nene Panno, casi un hermano, para festejar sus 60 años. Y nos juntamos en ese fondo para asombrarnos de todo lo que tenía guardado en su computadora.
Lo encontré el sábado pasado en Vélez, antes de Los Pumas-Barbarians. Hablamos del proyecto del libro (“ahora me tengo que poner a laburar”); de la salud del Nene, al que llamaba todos los días siempre con su cuota de humor; de rugby, de Huracán y de la vida. Hasta que vio a un colega con una valija para guardar las cámaras y se puso a averiguar dónde se compraba. “Hay que tener una de esas”, le dijo a otro par de La Nación. No paraba un segundo.
Se fue el viernes a la noche, a punto de cumplir 59 años. Quedaron aquí María Inés, su fiel compañera, y sus tres orgullos y productos de lo que él hizo en vida: Lila, una música que reside en España; Daniela, cantante de excepción y Nicolás, quien ha llevado su creatividad a la arquitectura.
También quedamos todos los que lo queríamos como un amigo de fierro. Como un Maestro.
Te vamos a extrañar, querido Zoilo.
SANZAAR 2026-2030
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