Allí donde se respira rugby estaba casi siempre él, con su sonrisa, su barba inconfundible y la pasión para engancharse en cualquier charla o discusión. Era de esos típicos personajes de club, de esos que ya quedan pocos. Muchos de sus amigos dicen que era difícil encontrar a alguien tan solidario, dispuesto a poner el hombro y los oídos ante cualquier circunstancia de la vida. Se lo conocía simplemente como El Negro, se llamaba Juan José Fernández Miranda y hace diez días una cruel enfermedad contra la que luchó hasta el final se lo llevó con apenas 62 años.

El fanatismo por el rugby lo heredaron sus tres hijos: Nicolás, Juan de la Cruz (Manasa) y Francisco, todos titulares en Hindú, y los dos primeros, Pumas a lo largo de la última década. Había que ver la cara de alegría inmensa del Negro cuando en octubre de 2003 se dio uno de los grandes gustos de su vida: mirar desde una platea cómo Nico y Manasa jugaron juntos para el seleccionado en un Mundial. Y seguro que se habrá llevado para siempre el saludo que ambos le dedicaron desde el Aussie australiano de Sydney, en el test contra los rumanos.

Pero la vida del Negro Fernández Miranda no estaba tan ligada con Los Pumas, sino con Hindú, su segunda (¿o primera?) casa. En Don Torcuato pasó buena parte de sus 62 años. Allí jugó de hooker en la Primera (su hermano, José María, lo hizo cerca, en el CUBA de Villa de Mayo), fue durante un año entrenador de la división superior junto a Emilio Domínguez (h) y hasta el momento de su muerte presidió la CD del área deportiva del club. Fue uno de los grandes impulsores para que Hindú tuviese finalmente su rugby separado de la que en el club se la conoce como “la parte de adelante”, el lugar donde se concentraron varios equipos de distintos deportes.

Entrenador incansable de las divisiones infantiles y juveniles, padrino de un montón de chicos que llegaron a la Primera y que quedaron en el camino, dirigente de la URBA, conocido y, sobre todo, querido por la enorme mayoría del ambiente rugbístico, el Negro Fernández Miranda dejó, y valga el lugar común, un vacío difícil de llenar.

Quedarán diseminadas por Don Torcuato y por decenas y de cenas de clubes montones de anécdotas alrededor de su figura. Como, por ejemplo, cuando gritó y saltó como un chico en sus dos momentos más felices con el rugby: los títulos de Hindú. Es que el Negro Fernández Miranda llevaba a Hindú en la sangre. Y, claro, al rugby.