El cierre de la temporada de infantiles encierra uno de los momentos más especiales que vive el rugby a lo largo del año. Ocurre que en ese universo poco difundido se unen miles de chicos de entre 5 y 15 años que tacklean, corren y se divierten tras una pelota ovalada, y decenas de adultos anónimos que a pura pasión y sin cobrar un peso no sólo les enseñan las cuestiones del juego, sino que les transmiten la filosofía del deporte. Ellos, los locos bajitos, muestran toda su inocencia y sabiduría. Ellos, los más grandes, arman el tercer tiempo, los cuidan, les dan ternura y rigor y, muchas veces, hasta hacen de padres.

El sábado se registraron dos hechos entre los muchos que produce el rugby en ese mundo. Uno, tradicional: el campamento que organiza el Club Atlético San Isidro en su sede de Escobar, con la participación de chicos de CUBA, Hurling, Atlético del Rosario, Regatas, Pueyrredón, Alumni y San Antonio de Areco. Otro, novedoso: la fiesta de cierre de temporada del Virreyes Rugby, esa obra fantástica que llevan adelante varios ex rugbiers con los pibes de la villa de esa zona.

Por un lado, cientos de chicos y grandes compartiendo el rugby, los juegos y la comida desde las 10 de la mañana del sábado hasta las 10 del domingo. El colorido de las camisetas, el sano desorden de los mosquitos y compañía jugando con sus linternas bajo la única luz que aporta la luna, el ida y vuelta de los entrenadores y padres que se multiplican por todos lados para atender las necesidades de chicos y grandes. Todo eso ofrece el campamento del CASI.

Por el otro, decenas de chicos que hasta hace poco ni sabían cómo era una pelota de rugby, y que ahora manejan la ovalada y tacklean como los mejores, entrenados por fanáticos como Marcos Julianes, Rodolfo Michingo O’Reilly, Carlos Ramallo, Javier Coqui Capalbo y Juanjo Barceló, entre tantos otros. Porque Virreyes es un proyecto que ya excede al rugby y que necesita muchas manos y corazones.

Había que ver a esos chicos humildes, con zapatillas rotas, reírse mientras comían una hamburguesa en un mundo que los ha excluido de manera salvaje. El rugby, en éste caso, los ayuda a ver qué también hay otro mundo.

Son apenas dos casos de esa cara del rugby que quizá sólo la conozcan únicamente los que están adentro. Allí es donde éste deporte se transforma en una herramienta para tratar de vivir un poco mejor. Porque como decían las camisetas que llevaban el sábado los chicos de Virreyes, “el juego debe continuar…”