La gran mayoría que apostamos por una final entre los All Blacks y Francia no lo hicimos solamente porque de los cuatro equipos que quedaban en el Mundial eran los favoritos, sino porque hasta el fin de semana habían sido los que propusieron un rugby más completo, donde la inspiración había superado a los esquemas basados en el estudio, la defensa y la espera al error del rival. Pero los que definirán la Quinta Copa del Mundo serán Australia e Inglaterra, los que representan más fielmente lo que es el rugby de hoy. Y a la hora de demostrarlo en la cancha, lo consiguieron con absoluta autoridad. Nadie puede discutirles la plaza que obtuvieron para el partido decisivo.

Los Wallabies e Inglaterra, que reeditarán la final del 91 en Twickenham, tienen en Eddie Jones y en Clive Woodward, respectivamente, a los técnicos que más estudian el juego y detrás poseen un arsenal de colaboradores que se ocupan de todos los aspectos. Pero hay más, y lo demostraron en las semifinales: están absolutamente convencidos de lo que hacen y para lograr su objetivo apelaron a un elemento clave del rugby: el corazón.

Australia le dio un cachetazo a los All Blacks con su extraordinaria defensa, mientras que los ingleses dejaron sin nada a los franceses gracias a su apertura Jonny Wilkinson, quien ya, más allá de lo que ocurra en la final, es el mejor jugador del mundo, pues a la hora de la verdad superó a quienes le disputaban el trono, como Spencer y Michalak. Wilkinson fue clave en cuartos contra Gales y ayer su pie izquierdo aniquiló a los de Laporte marcando todos los puntos, incluidos tres drops bajo la lluvia. Tanto dependen los ingleses de su apertura que arribaron a la final tras apoyar un solo try en los dos últimos encuentros.

Lo de los All Blacks ya no sorprende tras su cuarto fracaso consecutivo después de haber logrado su único título en 1987. Es fracaso por lo que significa el rugby en Nueva Zelanda. Y es fracaso porque siguen sin aprender la lección. Cada vez que llega el momento de la verdad, los hombres de negro carecen de ese plus tan necesario en el rugby. Sudáfrica se los había mostrado en el 95 y los franceses en el 99. Y ahora los Wallabies los eliminaron con la misma receta.

Sí sorprende lo de Francia, que siempre en los Mundiales combinó su talento con el corazón. No hubo nada de eso en el Telstra de Sydney. Y los ingleses, sin maravillar, pero con Wilkinson y la confianza en lo que hacen, la eliminaron con un resultado que pocos hubiesen acertado.

Estos Wallabies tan criticados en su país han batido aquí numerosos récords. Ya con dos títulos de los cuatro disputados en el bolsillo, son los primeros en arribar a dos finales consecutivas, son los que más puntos anotaron en un Mundial y la escandalosa goleada contra Namibia les aportó ser el equipo en la historia de este torneo que ganó con la mayor diferencia de puntos y el que anotó más tries en sólo 80 minutos. Y su arribo a la final sirve, de paso, para revalorizar aún más a Los Pumas, que incluso llegaron a molestarlos más que los All Blacks.

Inglaterra apostó todo su enorme poderío económico a este Mundial. Los Wallabies irán por más gloria, y en su propia casa. No hay esperanzas de ver un gran partido, pero sí es una brillante oportunidad para analizar un test que pasará por lo táctico y por la determinación. Aun después del fracaso de los pronósticos de las semifinales, nos animamos a decir que, como nunca, el Hemisferio Norte tiene la chance de quebrar la hegemonía del Sur. Porque, entre otras cosas, Wilkinson es inglés.