Una reunión de fanáticos del rugby en una cena o en un tercer tiempo generalmente suele ofrecer tres ejes: el tema de conversación no es otro que el rugby, el alcohol corre sin culpas y las historias que se cuentan no sólo pueden ser las más insólitas y divertidas que se hayan escuchado, sino que a veces hasta son de dudosa comprobación. Hoy nos vamos a ocupar de una de ellas. No la presenciamos, pero conociendo al personaje y su entorno, todo lo que nos contaron es creíble. Y, aclaramos, no daremos nombres por una cuestión de respeto.

El hecho ocurrió en los últimos días del año pasado. Se trata de una muerte, y debemos ser sinceros para destacar que dudamos mucho en escribirla en este espacio de rugby, porque abordar un tema así no nos causa lo mismo que a Víctor Sueiro. Pero bueno, el hombre, que murió pasados los 70 años, era todo un personaje en el ambiente del rugby. No se había destacado como jugador, entrenador ni dirigente, pero formaba parte de esos grupos que tienen opinión para todo y que son escuchados con respeto por los más jóvenes. El era el líder de una especie de secta que todos los lunes se juntaba para recordar buenos viejos tiempos y despotricar contra el profesionalismo.

Pudo vivir una de las dos grandes fiestas que celebró su club el año pasado, pero se perdió la cena de gala. Al hombre que protagoniza hoy nuestra historia casi nadie lo vio sobrio alguna vez, y todos lo querían a su manera. ¿Qué iba a pasar cuando le tocara el final a ese simpático de estatura pequeña, rostro rojizo y que no hace mucho le hizo pasar un mal momento en el sauna del club a un político que actualmente está enfrascado en una lucha judicial por la interna de uno de los dos partidos más tradicionales del país? Algunos, los más íntimos, aventuraban una respuesta poco creíble.

Pero pasó. Su club, uno de los más tradicionales, decidió que con él se podían romper todas las reglas. Y el velorio fue, como a nuestro protagonista le hubiese gustado, una especie de tercer tiempo. El ataúd fue depositado en un sector reservado histórica y exclusivamente para el rugby, por única vez se autorizó el ingreso de las mujeres y al día siguiente se formó un cementerio de botellas de whisky tras una noche que se vivió como amable reunión después de un partido. No pocos cuentan que algunos de sus amigos hasta se apoyaron en el ataúd con un vaso en la mano para seguir conversando sobre rugby.

Dicen que con su muerte se terminó una época irrepetible. Que ya no existen personajes como él. Aunque en un deporte con tantos fanáticos, nunca se sabe.