Patio
Escribí esto. Se los dejo por si quieren leerlo. Aclaro: no es de rugby, y forma parte de los momentos en los que despunto el vicio de escribir lo que se me ocurre. También aclaro que es largo.
…………………….
Aquella noche de primavera te bañaste de vida. Como tantísimas veces, fuiste imaginando distintas escenas y surgieron otras. Se trataba de la vuelta a tu colegio, por el que transitaste, enterito, desde primer grado hasta quinto año. El motivo era una reunión de ex alumnos, la primera después de bastante tiempo, organizada por un grupo de varias camadas anteriores a la tuya y al que se le ocurrió bautizar el encuentro como el de “Antiguos”, un término que al comienzo les cayó algo antipático a tus amigos y compañeros, nacidos entre 1957 y 1958, y recibidos en 1975. “Antiguos las pelotas”, bramó uno.
Mientras ibas caminando por la calle Juan María Gutiérrez, a la que no caminabas hacia añares, fuiste imaginando lo que finalmente ocurrió: encontrarte con los amigos con los que te seguiste viendo después de terminar el colegio y con muchos otros de los que no sabías nada desde que eran adolescentes. Como siempre, se rieron. Y comieron y bebieron bajo las órdenes de un menú que como plato favorito incluía una pata de cerdo servida por un cocinero que hacía malabares frente a decenas de hambrientos que lo apuntaban con dos pedazos de pan en la mano. Afloraron las anécdotas, los recuerdos de los curas y de los profesores y, más tarde, todos acudieron a un SUM equipado con tribunas móviles, que ninguno de tus amigos ni vos conocían. Ese subsuelo, sobre Gutiérrez, no estaba cuando vos cursabas en el colegio. Se siguieron riendo con una obra de teatro protagonizada por padres de alumnos y, como cierre, cantaron todos el himno del colegio, haciendo sonar los zapatos contra el suelo a la hora del estribillo: “Marchemos, marchemos/por los caminos del arte y de la ciencia…” Entre todos comentaron luego cómo se les había erizado la piel cuando empezaron a cantar “Alcemos los corazones/como se alza la bandera/Marchemos a la Gloria/por sendas de amor y luz…” ¿Cuántas veces cantaste este himno? Cientas.
Todo eso, escenas más, escenas menos, lo imaginabas. Pero aquella noche de primavera tan linda como la primavera, estrellada, tan linda como las estrellas, tuvo otra escena maravillosa. En un momento, antes de irte, el Mono, tu amigo desde los 5 años, te dijo de ir al patio. La comida se había celebrado en lo que fue el primer patio, ahora cubierto por el edificio nuevo, que se levantó cuando vos estabas en la primaria. Pero allí al lado estaba, mudo, el patio grande, al que no le habías prestado atención. Cuando con el Mono salieron del patio cerrado para pasar al otro patio, temblaron de emoción. El silencio, las luces apagadas, con apenas un hilo de luz que traía la luna, te estremeció. Empezaste a mirar hacia arriba, hacia los costados, a dar vueltas sobre vos mismo como queriendo detener tu vida ahí mismo; dejarla en ese lugar. “Es increíble volver a estar acá”, te dijo el Mono, que estaba tan conmovido como vos.
Miraste esa pared enorme que ahora parecía más enorme. La que da sobre Austria. Esa pared que tantas veces fue cómplice tuya. Miraste los balcones y las escaleras. Y los arcos, que esa noche estaban amontonados sobre las rejas que separan al colegio de la iglesia. Miraste y miraste. Pisaste cada baldosa y cada pedazo de cemento casi en puntas de pié, como cuidándolos. No sabés si existe el olor a baldosas y a paredes, pero vos sentías el olor de ese patio. Jurabas que olía a patio. Pero a ese patio, no a otro. Y allí te quedaste un largo rato, muy largo, mirando y mirando. Tan deslumbrado estabas que ni siquiera registraste en qué momento se fue el Mono.
………………
En el patio del colegio sentiste la primera vergüenza que recuerdes de tu vida. Tenías 5 años y estabas en primer grado. Cursabas en la Consolación, que estaba sobre Gutiérrez, enfrente del edificio principal. Ese patio era chico, así que los deportes, un sello que siempre le agradecerás al colegio, se realizaban en el patio de enfrente, que estaba detrás del edificio viejo, en el mismo espacio donde mucho tiempo después se organizó la cena de los “Antiguos”. Era tu primer partido de fútbol en el colegio. Estabas jugando de defensor cuando hacia tu arco partió un pelotazo alto. Siempre fuiste de estatura baja. Siempre fuiste el primero o el segundo de la fila. A los 5 años, eras muy bajito. La pelota venía sobre vos y saltaste a cabecearla. Pero eras bajito: la pelota te pasó y, en el esfuerzo, alcanzaste a cabecearla, pero hacía atrás. Fue gol en contra. Tanta vergüenza sentiste en ese momento que cincuenta y pico de años después la recordás como si fuese ahora. Lo primero que hiciste fue mirarlo a Guillermo, tu abuelo materno, que estaba observándote sobre los escalones que hacían las veces de tribunas. Tu abuelo te dirigió unas de esas miradas que tanto te calmaron tantas veces. Movió su cabeza como diciendo: “No pasó nada, seguí jugando”.
Chiquito de edad y de estatura, al regreso a tu casa te prometiste que nunca más te iba a pasar algo así. Que esa vergüenza no la ibas a volver a sentir. No en el fútbol, al menos. Así que a partir de aquel día del gol en contra en el patio, te propusiste jugar bien al fútbol. Y te pusiste a jugar en cada momento libre, en cada lugar y con cualquier elemento que sirviese de pelota: chapita, papel envuelto en una media y todo aquello que tuviese forma redonda. Rompiste cosas en tu casa y le arruinaste varias flores y plantas a tu abuela paterna, en otro patio, y la volvías loco a tu madre cruzando todas las tardes al campito que había quedado cuando voltearon la Penitenciaria, en el primer edificio de Juncal. Y creés que lo conseguiste. Te consideraron después un buen jugador de fútbol y la prueba es que siempre fuiste titular en tu división (el glorioso B) e integraste varios de los seleccionados del colegio.
Aquel primer recuerdo de vergüenza quizá te haya llevado a esos sueños que dibujabas en tu mente de pequeño o en esos relatos que hacías de vos mismo. Sí, te relatabas. “Lleva la pelota, entra al área, goooolllll”, decías en voz baja cuando había alguien, y gritabas cuando estabas solo. El que llevaba la pelota, entraba al área y la clavaba en un ángulo eras vos. En los relatos eras vos. En esos sueños eras el mejor, el héroe, el goleador, el único. ¿La génesis del egocentrismo? Puede ser. Hace unos días, Ferni, tu amigo y compañero de equipo del B, contó en su muro de Facebook que cuando sus padres le compraron las medias blancas que tanto les insistió, no se creía Pelé; era Pelé. Vos te creías mejor que Pelé. Y aquellos relatos de goles, campeonatos, triunfos y copas Libertadores y Mundiales no eran con River ni con la selección argentina en el Monumental. Ni en el Maracaná ni en Wembley. Eran con el colegio y en el patio. En ese patio.
Después de aquel gol, buscaste alianzas en el patio para jugar mejor al fútbol. Siempre con la pared que da a Austria. Primero, cuando valía jugar con la pared, buscabas los efectos para tirar la pelota contra ella y ganarle en el pique a tu rival. Esos efectos los practicabas con la chapita en el recreo. Luego, estudiaste que la pared tenía una inclinación. Leve, pero una inclinación que la ibas a usar a tu favor. Cuando atacabas, sabías que al llegar adonde empezaba a angostarse, tenías que enganchar hacia adentro; cuando defendías, lo llevabas al otro contra la pared, negándole el centro, hasta que se iba afuera. Te acordaste de aquello esa noche de primavera de tantos años después. Fuiste a ver la pared y te pareció que estaba derecha. ¿Le enderezaron o vos imaginabas que estaba chanfleada?
………
El patio era la puerta de entrada al recreo. Y no se entraba así nomás. Eran ordas de varones que corrían a ver quién llegaba primero a la ventana donde el hermano Luciano vendía los sándwiches de salame y, especialmente, quien llegaba primero a las dos ventanas que servían de arcos. Era la ley del más fuerte. Los más grandes se aprovechaban de los más chicos. Los más grandes eran los dueños del patio. Pero tus amigos y vos siempre se las ingeniaban para encontrar un arco y hacer un mete-gol-entra con la chapita. O partidos sin arco, donde volaban las patadas con los abotinados de Guido que duraban años. Volaban los sacos, los guardapolvos y se aflojaban las corbatas. Lo mismo con las figuritas. Los más grandes se mojaban las suelas de los zapatos y pasaban por arriba de las figuritas, que les quedaban pegadas, y así se las quitaban a los más chicos. El recreo en ese patio era, visto a la distancia, un salvaje todos contra todos. Pequeñas –y grandes- bestias, literalmente. Todavía hoy se siguen riendo cuando Tairon cuenta cómo el Sapo le estampó un helado-escupitajo en la cara a uno más chico que se había amurado al arco para que nadie lo saque.
En ese patio hiciste tus primeros amigos, con los que después compartiste el club. Amigos de la vida. Muchos se siguen viendo después de más de medio siglo. Nano, Brignon, el Larva, Ezequiel, Fernandito, el Mono, el Gaita, el Flaco, el Negro, el Rusito, Tito, Ferni, el Sapo, el Cabezón (Mané), Boqui, Lucho, el Tuti, el Nazo, Diego, el Culón, el Yankee, la Garza. Luego, en secundaria, llegaron otros, como Tairon y Willie. Son los que siempre llevarás en el corazón, tus compañeros de banco y de aventuras. Todos ellos iban a tu mismo colegio, compartían el B y, claro, los partidos y recreos en ese patio. Nano, vos, Ezequiel, Ferni, el Cabezón, el Sapo y el Tuti formaban el equipo titular del B.
En el baño del fondo del patio, debajo de la escalera, fumaste, a escondidas, tu primer cigarrillo, y ahí planeaban las jodas y a quién joder. Sí, eran muy crueles. No estaba bueno, pensás, viéndolo a la distancia. En el patio, donde primaba la ley del más fuerte, se organizaban las peleas, que luego se desarrollaban en Copérnico, en la bajada de la Biblioteca Nacional, sobre Agüero, o en el Monumento que está frente a la Embajada Británica, donde en el secundario iban a tomar sol después de clases o cuando se hacían la rata. Esas peleas eran “el” acontecimiento. Iban todos. Como iban todos a los partidos de rugby o a los de polo. Esos días se paralizaba el colegio.
En ese patio pasaste uno de los momentos de más susto entrando a la adolescencia cuando los curas habían sacado a todo el colegio al patio por alguna tropelía que habían hecho los más grandes. Pidieron que no volara ni una mosca, y vos te reíste. Veinticuatro amonestaciones y era mayo. Una más y te quedabas afuera del colegio. Viste al otro día cómo tu madre entraba para hablar con el secretario y viste otro día cómo tu padre hacía lo mismo. Los habían llamado para decirle que una más y te echaban. Estabas en primer año.
En ese patio, donde se formaba fila y se tomaba distancia, casi a modo militar, y donde los curas los corrían a los alumnos para pegarles con el puntero en los dedos, pasaste a tener pantalones largos para siempre. Y en ese patio, ya en tercer año, planeabas con tu hermano de la vida, el Larva, ir a la salida del colegio de mujeres Río de la Plata para buscar chicas. Y ahí mismo armaban dónde iban a ir los viernes y sábados a la noche. Fue, de alguna manera, ese patio, la puerta a la noche. También fue la puerta de salida hacia la Universidad y el trabajo. Todavía tenés la foto del cura Faustino dándote el diploma y de tu padre poniéndote la medalla en el ojal del traje, el segundo traje de tu vida, el día que egresaste y que sentiste que se iba una parte de tu historia. O que se quedaba para siempre.
……………….
Faustino estaba en esa cena de los “Antiguos”. Igual que siempre, con una prestancia impecable. Te recordó a tus padres y recordaste que siempre les agradecerás, entre tantas cosas, que te hayan mandado a ese colegio y que, de esa manera, hayas transitado la primera parte de tu vida en ese patio. Faustino y Cipriano, que era el director cuando entraste a primer grado, también te recordaron esa noche cómo eras un chiquito que ibas corriendo siempre de un lado al otro. Los dos lo graficaban con una de sus manos haciendo la forma de zigzag.
En el patio, más tarde, cuando te quedaste solo, te veías a vos de chico, corriendo de un lado para el otro. Te quisiste. Te reíste al pasar la película hacia atrás y verte. Te veías como si fuese esa noche en la que volviste al patio. Eras un niño feliz. Diste gracias. Y te quedaste con esa imagen, la del chiquito, tan chiquito que siempre era el primero de la fila, corriendo, buscando vaya a saber qué.
Te hiciste muchos otros goles en contra en tu vida y sentiste vergüenza otras muchas veces. Pero como aquella vez, cuando tenías a tu abuelo al lado, pudiste salir hacia delante. Y acá estás, de nuevo, mirando y mirando ese patio. A los arcos que descansan, a esa pared de Austria que ahora está derecha, a las rejas que lo separan de la Iglesia, al baño del fondo, a las escaleras, a los balcones, esos que vos, en tus relatos imaginarios, los transformabas en tribunas repletas gritando tus goles y los de tu equipo, el seleccionado del B y al del colegio, que tenía algunos del A, claro, porque los del A eran los mejores, siempre les ganaban a los del B, pero a los del B los querían todos.
Pasaste muchas más horas de tu vida en otros lugares. En tus distintas casas, en las redacciones, en la escuela, en las reuniones, pero ese patio es el patio de tu vida.
JB
A mis amigos y compañeros del B de la camada 1975 del Colegio San Agustín.
Jorge y Nico…muy lindo…lástima que no tienen nada interesante para escribir de Jaguares…una gran pena!!
Un gran escrito, JB…tremenda sensibilidad para hacer aflorar tantos sentimientos en unas pocas líneas. Qué va a ser un escrito largo, si se pasó volando…como el cole…Abrazo y mil gracias por compartir
Es un placer leer tus textos “largos” Jorge. Brindo por uno asi por mes, o al menos mas seguidos, gran disfrute
Muy bueno Jorge! Me hizo poner la piel de gallina.
Un abrazo grande,
el chino
Hincha de Jaguares,
Es interesante hablar, por ejemplo, de la valentía de Facundo Isa o Pablo Matera, del lanzado 1er. tiempo de Emiliano Boffelli, de la lesión de Tuculet y su esforzado salto para asegurar en lo más alto la posesión de la guinda y la continuidad del juego.
O soñar con el colegio de patios convertidos en canchitas de futbol o frontones de paleta (que en el mío se jugaba con la mano Tío) y hablar de como pudieron influir en Isa, Matera, Boffelli, Tuculet o tantos otros Jaguares.
O nuestros patios querido Hincha ¿de Jaguares?. De cómo empujaron esas experiencias convertidas hoy en recuerdos en cada uno de nosotros (y los Jaguares) para que eligiéramos un juego de conjunto (equipo), pelota (guinda) y contacto (golpe) que desplegara esta maravillosa pasión por el rugby.
Fijate; algo se saca del corazón y los Jaguares si le pones onda.
Tío Jorge; como en el juego, dale continuidad a esa costumbre de escribirnos. Abzo. PsT.
querido Jorge, muchas gracias por compartir ese momento. El momento de tu regreso al patio, y todos esos años revividos en el.
Me ha pasado algo extraño mientras leia, porque vivi entre 1982 y 1985 en ese barrio. Alquilando en deptos con otros muchachos del interior. Un año en Billinghurst y Pacheco de Melo y el resto en Austria entre Pacheco de Melo y Juncal. Llegado de San Juan estudiaba derecho en la UBA, laburaba de cadete en una agencia de Publicidad y despues de bancario en Maipu y Mitre…A San Agustin iba a misa los domingos y por eso es notable que me fuera dando cuenta de que colegio hablabas en los primeros parrafos.
Tenes una gran pluma viejo!
Muy bueno Jorge, aparte lo iba leyendo con más intensidad al poder ponerle color e imágenes a ese relato. Los bebederos era otro buen punto de encuentro…
Querido Jorge, gracias por trasladarme con tu relato a toda mi infancia y adolescencia en ese gran Colegio San Agustín.
Sencillamente hermoso.
Te abrazo con cariño.
MGB
pd: Sólo le agregaría un pequeño párrafo haciendo mención al Padre Alejandro y el anillo con el cual te pegaba coscorrones.
Querido Jorge, aunque egresé unos cuantos años después y algunas de las cosas que relatas fueron diferentes, no pude evitar emocionarme al recordar mi paso por el querido “sana”. Lograste describir magistralmente muchos de los sentimientos que afloran cuando cada año, allá por octubre, vuelvo al colegio para la reunión anual de “Antiguos”. Algún día espero encontrarte y tomar coraje para acercarme a saludarte. Mariano, egresado 1999.
Jorge, misma camada y otro colegio, curas (o hermanos)pero similares recuerdos. Partidos de futbol con chapita, goles ridiculos, de la incencia de pibe a la soberbia de los mas grandes. todas etapas vividas en el “Patio”
abrazo
Maravilloso texto !!! Se me ha piantado un lagrimon recordando mi patio de mi querido colegio central de san juan !
Gran pluma jorge !!!! Segui despuntando el vicio y sorprendenos de vez en cuando !!!!
Abrazo
santiago
JB Soy clase 1954 y me recibí también de punta a punta en 1971, te agradezco los detalles, los olores, los sentires, el recuerdo de Faustino (Noriega) y Cipriano ( Garcia Fernandez). Fuimos 5 hermanos que estudiamos en el San Agustín y uno de mis hermanos jugó 13 años en la primera de CUBA. Ese colegio sacó varios Pumas. Abrazos
Jaguares, que hace semanas despertó entusiasmos, hoy enciende el desaliento.
Nada complace al Blog. Todo; jugadores, coaches, dirigentes, responsables, hasta ball boys, se ven desde la vereda del descreimiento.
Descreimiento que muchas veces nos termina llevando a la herejía del resentimiento.
Cansa un poco el discurso lleno de soberbia tecnócrata. Mucho más las críticas agresivas.
Esta visión negativa, elimina todo intento aislado de un buen pensamiento que genere, también, buenas ideas.
A esta altura, en la que una parte siente que el dinero es sucio y contaminante y Jaguares un producto de mercado sitiado por los contratos, y otra parte encubre obsecuentemente los errores del proceso de profesionalización, es preferible conectarse en el Blog, con un rugby que, ganando o perdiendo, nos ofrece cada semana el estímulo de 80 minutos plenos de emociones y sentimientos, transmitidos desde el juego, el temperamento, la personalidad, el esfuerzo y la inteligencia de los jugadores.
Es nuestra elección enfocar el rugby en la “locura” de las emociones y la profundidad de los sentimientos (Puma, Jaguar o de Club) que perduren en el tiempo, antes que la “racionalidad” de la crítica despiadada.
Más interés del Blog, querido Jorge Búsico, en textos alternativos como “PATIO”.
Lleno de emociones y sentimientos comunes a todos.
Que motivan, entre otras tantas cosas, la observación de un Cubanito, reconociendo que ese maravilloso patio “sacó varios Pumas”.
…Y permitime un cierre estimado Búsico.
El vicio de escribir no evita la identificación con el rugby.
El último párrafo del Cubanito y las vivencias personales de muchos de los del Blog, le dan a ru texto y a los patios de colegios esa identificación.
En el mío, con curas, canchita de baldosas y paredes como el San Agustín, algunos mechábamos una tocata.
Cuando nos tocaba la redonda, nos comíamos más de un caño. Pero le poníamos el esfuerzo y la persistencia del rugby y volcados atrás, cagábamos a patadas a los virtuositos del futbol.